lunes, 14 de mayo de 2012

El Reloj de Plata (Hasta C4P2)



C1P1
C1P2
C1P3
C2
 —A MODO DE INTRODUCCIÓN—

Esto ya ha ido demasiado lejos. No puede seguir. ¡No puedo permitirlo! ¡Esta matanza es imperdonable! Oigo su risa. Malvada, vengativa. Cada vez la escucho más lejana, como si estuviese desapareciendo…

            Intento levantar el brazo derecho, pero con las fuerzas que me quedan me resulta realmente difícil. Creo que estoy perdiendo mucha sangre. No me atrevo a mirar; es posible que si lo hiciese perdiese el sentido, y ese sería el fin. Sin embargo, la consciencia está abandonándome de todos modos.  No puedo permitirme el lujo de rendirme ahora, no después de todo lo que he pasado. Tengo que hacerlo. Por mí. Por él…

            Empiezo a verlo todo borroso, y oigo un pitido en mi cabeza que se funde con la risa, y poco a poco las fuerzas me van dejando. Noto de pronto un dolor punzante en mi corazón, y sé que el final está cerca, y que más vale que haga algo al respecto.

Una voz habla en mi cabeza, pero no consigo descifrar el mensaje. Son demasiadas las cosas que me han ocurrido en muy poco tiempo, y creo que no voy a poder asimilarlo todo. El cadáver, el brazo, la estaca. No puedo quitarme esas imágenes de mi cabeza. El brazo, la estaca, el cadáver.  Los veo más reales que la realidad misma…

¡No! ¡No puedo permitir que salga impune! Tengo que terminar con esto de una vez por todas. Otra sacudida en el corazón. ¿De verdad puede un ser humano sentir tanto dolor? Me siento destrozada, tanto física como psicológicamente, y sé que estoy al borde del colapso. Sólo tengo un intento. Si hago un último esfuerzo puedo llegar a conseguirlo, pero no sé que consecuencias puede tener para mí. Total, es lo mismo, de todos modos que voy a morir. Ya que ese es mi destino, prefiero terminar con todo antes de abandonar este mundo.

Haciendo uso de todas mis fuerzas, consigo levantar finalmente el brazo, y le apunto a la cara. Por un momento parece no darse cuenta, pero al cabo de unos segundos deja de reír y me mira, confuso. Grita, pero no sé qué es exactamente lo que dice. Comienza a acercarse a mí, y sé que ahora es el momento de actuar.  Menos mal, porque ya siento cómo la realidad empieza a desaparecer, y todo se vuelve negro como la noche.

He apretado el gatillo. Estoy segura. De lo que no estoy segura es de haberle dado. Dejo de oír sus pasos, pero no tiene por qué haber recibido la bala. No, tiene que haberlo hecho. No he podido fallar. Nada de esto tendría sentido entonces. ¡No puede haber sido inútil! Antes de irme, escucho una risa en mi cabeza, malvada, vengativa, llena de resentimiento.

Pero, ¿es esa su risa?






—CAPÍTULO 1— 

Reunión

“Todo es de un color gris oscuro, como una en película en blanco y negro. No sé cómo he llegado hasta aquí pero no tengo la sensación de estar soñando. Siento las cosas que toco con mayor intensidad que en un sueño. Miro los alrededores, para ver si consigo identificar el lugar en el que ahora estoy. Estoy en una plaza, una realmente grande, rodeada por edificios de aspecto antiguo. Está llena de gente que va de un lado para otro, siguiendo con su vida de forma normal. Hablan entre ellos, compran comida en puestos ambulantes… no hay nada que parezca extraño. ¿Seré yo la única que no sabe donde está? Además de personas, la plaza está llena de palomas que, al igual que los humanos, van de un lado para otro. La diferencia está en que éstas parecen no tener un rumbo fijo, excepto el de encontrar algo que llevarse a la boca. 

El lugar está rodeado por un edificio con forma de “U”, no demasiado alto —solo tiene dos plantas—, y lleno de columnas dóricas en su base. Tiene aspecto de ser bastante antiguo, aunque está lleno de comercios que dan a la calle. Más o menos en el centro de la “U”, el edificio se abre formando un arco apuntado que hace las veces de entrada a la plaza. El arco es lo suficientemente grande para que pasen dos camiones, uno al lado de otro, pero por el tipo de suelo de la plaza —adoquines— y el hecho de que estuviese llena de gente por todos lados, supuse que no estaría permitida la entrada de vehículos en ella. 

El extremo libre de esa “U” está ocupado por una inmensa catedral gótica, llena de grabados. La catedral está rematada por una gran aguja, y es de una belleza espectacular. Permanezco unos minutos —que a mí se me hicieron horas— contemplando el monumento, notando como un gusanillo en el estómago, cuando de pronto diviso el edificio más extraño de la plaza: una enorme torre de reloj. Parece estar fuera de lugar ya que, en la forma de cuadrado que toma la plaza, con los monumentos en los extremos, la torre está situada dentro de la plaza, cerca de una esquina, a la derecha de la catedral, pero sin llegar a formar parte del muro. Es enorme —prácticamente dobla en altura al resto de edificios—, y acaba en punta, rematada por una veleta. 

Entonces, la realidad me llega de tal forma que parece un puñetazo en el estómago. Yo he estado aquí antes. Estoy segura de ello. Pero no sé qué sitio es éste, ni qué hago aquí. Algo me dice que tengo que entrar en la torre, que ese es el propósito de todo esto. Normalmente no haría caso a una cosa como esta, pero ahora, sin saber por qué, tengo ganas de ir hacia allí. Haciéndole caso, entro a la torre, decidida a ver si hay algo que me ayude a recordar. Pero al entrar me encuentro que las escaleras están cortadas, con un cartel que dice: “Prohibido el paso debido al mal estado de la torre”. Miro a mis espaldas, pero nadie parece haberse dado cuenta de que he entrado. Frustrada por no poder continuar, me doy la vuelta en dirección a la salida, pero en ese momento oigo voces arriba, unas voces que también conozco, pero de un tiempo muy lejano. ¿Qué demonios es todo esto? Decido hacer caso omiso al cartel, y salto el pequeño vallado que obstaculiza la entrada a las escaleras. 

Comienzo a subir por las escaleras, y poco a poco voy escuchando esas voces con más claridad. Veo varias puertas cerradas, entre ellas la del mecanismo del reloj, a las que prefiero no entrar.
Finalmente llego arriba, y veo a dos niños en la habitación, un chico y una chica. Es una habitación muy simple: semicircular, con las escaleras en el extremo recto, y un ventanal en el centro del otro extremo. La habitación no tiene nada más de interés, y parece ser el último piso de la torre, dado que no hay más escaleras aquí. Ambos niños parecen estar buscando algo, o simplemente curioseando por la habitación. Hace un rato que no dicen nada. La niña se da la vuelta. Por la expresión en su cara parece que no puede verme, pero si pudiese, seguramente se encontraría a una chica mirándola con los ojos tan abiertos que se le podrían salir de las órbitas y la boca abierta, formando una expresión de sorpresa y confusión bastante exagerada. 

Porque yo soy esa niña, doce años atrás.” 

··· 


No he pasado una buena noche. Últimamente suelo dormir poco, pero eso no tiene nada que ver con esto. Me siento cansada, como si no hubiese dormido en toda la noche, y me noto los músculos agarrotados, desde la punta de los pies hasta el cuello, tanto que me cuesta mover cualquier parte de mi cuerpo. No me apetece levantarme, así que decido quedarme más tiempo en la cama. “Total —pienso—, ya estamos en vacaciones”. Comienzo a dar vueltas en la cama, intentando encontrar una posición más cómoda, sin abrir los ojos, puesto que si los llegaba a abrir no habría manera de volver a dormirme.

No soy capaz de recordar lo que he soñado, pero tengo una sensación de nostalgia bastante extraña, como si se tratase de un sueño que ya hubiese tenido.

Prefiero olvidarme del sueño, puesto que en estos momentos no es lo que busco: mi máxima prioridad es quedarme dormida de nuevo. Hoy en concreto es uno de esos días que tanto detesto, ya que no tengo nada que hacer. Ya he terminado los exámenes, la gente se ha ido de vacaciones, y yo estoy aquí, en mi casa, aburrida. Mis padres no son una buena fuente de entretenimiento, y no tengo hermanos. No tengo ni siquiera ganas de pensar en lo que voy a hacer cuando me levante.

Finalmente, me doy cuenta de que es imposible volver a quedarme dormida, así que decido levantarme. Me pongo boca abajo y me incorporo de rodillas. Me froto los ojos con las manos, y cuando los abro, lo primero que veo es mi cama. Aunque técnicamente eso es incorrecto.
Ya que esta no es mi cama.

Sobresaltada, me incorporo rápidamente y miro a mi alrededor. Lo que veo me conmociona. Esta no es mi habitación, es imposible. No se parece en nada a ella, un cuarto normal y corriente, de paredes blancas, con un armario, una mesita, y una silla llena de ropa sucia. No, esta sala es de piedra color azabache, y el mobiliario es el más extraño —y tétrico— que he visto en mi vida. La cama donde estoy tumbada está en una esquina de la habitación, y al lado veo una estantería, de color azulado, llena de libros. A los pies de la cama hay una mesita de noche, del mismo color; y detrás de la mesita, una lámpara, con una antorcha que hace las veces de bombilla, que brilla con un tono anaranjado, que no es lo suficientemente fuerte como para iluminar todo el cuarto. La otra única fuente de iluminación es un ventanal, situado al otro lado de la estantería, que da a un balcón, y ofrece una vista espectacular de la luna llena… o mejor dicho, de las dos lunas llenas.

La impresión fue tal que por un momento dejo de sentir la realidad que me rodea. ¿Dos lunas...? Tiene que ser un engaño... pero es tan real... Ni siquiera noto que caigo hasta varios segundos después. Eran demasiadas impresiones en muy poco tiempo. Nunca en mi vida me había sentido tan confusa. ¿Qué demonios está pasando aquí? Puede ser que esté soñando, así que trato de despertarme. Cierro los ojos con fuerza, y repito para mis adentros con decisión: “Despierta. Despierta. Despierta…”. Pero no da ningún resultado. Me pellizco la mejilla, y lo siento, pero sigo sin despertarme. Esto tiene que ser un sueño, es obvio. Tiene que serlo. Una no se despierta en casas ajenas viendo dos lunas por la ventana en la vida real. Y esto ni siquiera tiene pinta de ser una casa normal. Parece más una mazmorra o algo por el estilo.

Permanezco en el suelo, intentando tranquilizarme. Es ahora el momento en el que me veo la ropa por primera vez desde que me levanté. Es la misma que llevaba anoche: Una camiseta negra con su marca “Outborder” estampada en color verde y unos vaqueros normales y corrientes. No tengo nada en los bolsillos, lo cual tampoco es nada de lo que preocuparse. Intento recordar qué es lo que hice el día anterior, qué era lo que podría haber iniciado todo esto. Me levanté casi a mediodía y encendí la tele, con la cual estuve hasta la hora de comer. Después de comer, empecé a buscar información en Internet para un trabajo —odio hacer trabajos en vacaciones—, y acabé a media tarde. Tras eso, salí con la bicicleta a hacer ejercicio, y al volver  cené y me fui a dormir. Nada fuera de lo común.
Entonces, ¿por qué estoy aquí? Recuerdo incluso el momento en que me acosté, y sé con seguridad que me dormí, así que no me podía explicar lo sucedido.

Decido pensar en ello más adelante y continúo investigando la habitación. Aparte de lo que ya había visto antes, en la habitación hay una puerta y una mesa de escritorio, con una carta encima. La mesa, alargada y fabricada con el mismo tipo de madera azulada con el que estaban hechos todos los muebles de la habitación, da un aspecto más tétrico a la habitación al estar manchada de algo que a primera vista parece sangre. De hecho, la sangre todavía gotea por una de las esquinas de la mesa. Al ver esto, me doy cuenta de que apenas llevo unos minutos aquí y cosas como esta ya no me parecen extrañas. Lo cierto es que ya ni siquiera siento ser yo misma. Volví a fijar la vista en la carta. Está escrita en tinta roja, con un manchurrón de un tono más oscuro en una esquina, probablemente de sangre. Decido olvidarme de la sangre y centrarme en la carta. La cojo y empiezo a leerla. Dice así:

“Bienvenida a mi humilde morada, jugadora. Has sido bendecida con el honor de poder participar en mi juego. Me presento: soy el “Game Master”, dueño y señor de este castillo, y director de este juego. Te han sido abiertas las puertas de la gloria, el camino hacia la victoria, la ventana al éxito. Participarás en emocionantes retos que cambiarán tu vida por completo, colaborarás con los demás jugadores que, al igual que tu, buscarán gloria y victoria. Para el juego, contarás con tres regalos, cortesía de la casa. El primero es un obsequio personal, que encontrarás en el cajón de la mesilla”. 

Nada más leerlo, escucho un golpe a mis espaldas. Me doy la vuelta rápidamente, alarmada, preparada para cualquier cosa, pero a pesar de todo bastante asustada. No obstante, al volverme, solo veo la mesilla y la cama. Me relajo un poco. A juzgar por el sonido, el golpe lo ha recibido algo de madera, así que supongo que algo habrá golpeado la mesilla. A partir de esta deducción no sé como actuar, si acercarme al mueble o si quedarme quieta y esperar a que suceda algo. No hace mucho que estoy en esta habitación y ya he visto demasiadas cosas extrañas. Finalmente, decido investigar el mueble. Intento respirar tranquilamente para relajarme y me acerco, poco a poco. A primera vista no hay nada que pueda haberlo golpeado desde fuera,  cosa que me extraña bastante, ya que estoy segura de haber escuchado algo golpear la madera, pero justo después se me ocurre una idea bastante singular. ¿Y si lo que sea que ha hecho ese ruido está dentro de la mesilla? Decido comprobar si mi teoría es acertada. Con cierto recelo, me acerco todavía más, y pongo mi mano en el cajón, poco a poco, dispuesta a abrirlo, consciente de que puede haber cualquier cosa ahí dentro. Abro el primero, el de la parte superior, y lo que veo me deja sin palabras. Una pistola plateada. Pero lo que me deja sin habla en un primer momento no es el hecho de que sea una pistola. Eso aún no ha sido procesado por mi cabeza. Lo que me impresiona es la pistola en sí. Es preciosa. En sus laterales tiene unos detalles en relieve, simples —no más que líneas curvas entrelazadas entre sí—, pero que hacen que el arma tenga una belleza impresionante. Está colocada próxima a una funda de color negro provista de un pequeño cinturón. De pronto, vuelvo a la realidad, como si despertase de un sueño profundo inducido por el arma. Es una pistola. ¿Por qué me darían una pistola? Con cierto temor, cojo el arma, y la coloco en la mesilla, fuera del cajón. Nunca he usado un arma de fuego, menos una así, y mucho menos me he planteado alguna vez usar una. La miro de nuevo, esta vez más de cerca. El objeto pesa más de lo que parece. “Esto no es un juguete”, me digo a mi misma, y la vuelvo a dejar sobre la mesa.

Sin embargo, todavía no sé si debo relacionar el golpe de antes con el hecho de que la pistola esté dentro. Como no he examinado el cajón antes, cabe la posibilidad de que la pistola estuviese dentro antes de haber escuchado el golpe, aunque por otro lado no consigo encontrar ningún argumento que explique cómo se ha producido el golpe y qué lo ha producido. Decido quitarle importancia: sea lo que sea lo que ha golpeado la mesilla me ha servido para encontrar la pistola, aunque no termina de gustarme la idea de necesitar una pistola en el juego del que habla el tal “Game Master”
Continúo leyendo la carta, para ver si me da alguna pista sobre de que va todo esto:

“El segundo regalo ya debería estar en tu posesión. Consiste en una pequeña bolsa marrón, donde podrás guardar sin ningún problema los puntos que vayas ganando a lo largo del juego” 

Tan pronto como acabo el párrafo, ocurre algo parecido a lo que sucedido con la pistola, pero esta vez lo noto en mi bolsillo, que juraría que estaba vacío antes de leer esto. Pero ahora contiene una bolsita de color marrón, con una pequeña pieza en su extremo para engancharla a algún sitio. Ya no puedo negarlo: aquí está pasando algo raro, y sea lo que sea no me gusta en absoluto. Miro su contenido, y veo que está vacía. Entonces recuerdo una de las frases de la carta: “donde podrás guardar sin problema los puntos que vayas ganando”. ¿Qué puntos? ¿Qué son los puntos? Otra cosa más para la lista de dudas sin resolver. Decido seguir leyendo para ver si por lo menos la lectura me solucionaba algo, aunque visto lo visto solo me proporciona más preguntas.

“El tercer y último objeto, y probablemente el más importante, es un colgante, el cual te identificará  durante todo el juego. Al igual que la bolsa, ya deberías ser en estos momentos su legítima dueña. El colgante te identificará con el número que hay en él indicado, y es lo que te permitirá acceder a cualquier prueba. Pero tranquila: no vas a perderlo, ya que el colgante no se separará de ti en ningún momento” 

Como ya pasó antes, tras leer esta parte noto algo en mi pecho. Ya sin el recelo de la primera vez me dispongo a examinar el objeto que había “aparecido” colgándome del cuello. Allí estaba: el colgante del que hablaba la carta. Es un disco de color verde atado a una cadena plateada, en el que hay pintado un “3” de color amarillo. A primera vista, no parece que el colgante tenga nada más de especial, aunque la carta indica que es el objeto más importante. Me lo meto por debajo de la camisa, para que no me moleste, y prosigo con la lectura.

“A estas alturas estarás preguntándote en qué consiste este juego”. ¡Bien! Parece ser que al final van a  contarme de qué va todo esto. Aunque realmente no sé por qué me emociono tanto, puesto que trate de lo que trate no puede ser nada bueno. La prueba fehaciente es la pistola. “Pues bien”, continúa, “el objetivo es superar una serie de retos y desafíos durante doce días junto con otros once jugadores, para finalmente poder volver a casa al término de ese periodo, con un premio de un valor incalculable. La opción de colaborar o no con ellos es tuya: serás tú quien decida si quieres asociarte o quieres llevarte el premio por tu cuenta. 

A partir de ahora eres libre de hacer lo que te plazca. Si quieres más información sobre el juego, tendrás que buscar otras cartas que hay esparcidas por el castillo 

Atentamente: 

Game Master” 


Y así acaba la carta. Creo que lo mejor es leerla de nuevo por si hay información oculta. ¿Quién sabe? Pero no hay nada más. Eso era todo.

Así que el objetivo del juego, según esa carta, es superar unos “desafíos” con la ayuda de otros jugadores y recibir al final un gran premio. No obstante, aquí hay algo que no me gusta, ya que si me habían dado una pistola es por algún motivo en especial. Pero de eso me preocuparé más tarde. Aún no sé qué son esos puntos ni para qué valen, aunque supongo que se ganarán superando desafíos, y que quien más tenga gana, o algo por el estilo.

Bueno, el siguiente paso es salir de esta sala. Guardo la carta en el bolsillo, y engancho la bolsita en mi pantalón, aun sin saber para qué me va a servir exactamente; y comienzo a andar en dirección a la puerta. Cuando no llevo dados más de dos pasos, doy un bote del susto. Me llevo la mano a la mejilla y la miro. Sangre. Pero no es mía. Ya estoy empezando a cansarme de ver tanta sangre. Nunca me ha gustado la sangre, me da pánico, aunque posiblemente debido a la exuberante cantidad de sangre de la sala he terminado acostumbrándome. En condiciones normales me habría sido imposible limpiármela con la indiferencia con la que lo hago ahora. La sangre debe haberme caído de algun sitio. Miro al techo, y lo que veo me deja atónita. Un gran "3" rojo pintado en sangre es lo que veo al mirar al techo. Ya. No aguanto más esto. Quiero salir ya de aquí.

Lo mejor será ir tomar un poco el aire, así que voy al ventanal. Me dispongo a abrirlo, pero al poner la mano en el pomo… no, ni siquiera eso, no puedo tocar el pomo. Como si no estuviese ahí. Anonadada, pruebo con la otra mano —¡tenía que intentarlo!—, pero sin éxito. En cambio, el resto del ventanal es perfectamente tangible. Tras añadirlo a la lista de cosas sin explicación, que probablemente no encontraré, decido que lo mejor será salir de la sala, pues ya no tengo nada más que hacer aquí.

Al pasar cerca de la mesilla me doy cuenta de que por poco me dejo la pistola. “Solo por si acaso”, me digo, y la meto en la funda, que engancho en mi pantalón, gracias al cinturón. Me acerco a la puerta y la observo más detenidamente. Es metálica, y está bastante deteriorada, hasta el extremo de estar oxidada y abollada en algunos puntos. Al mirar el pomo, diviso una cerradura. Pruebo a girarlo, por si acaso, pero tal y como sospechaba la puerta está firmemente cerrada con llave. Genial, tenemos un problema. Echo un vistazo rápido a la habitación y sin apenas ningún esfuerzo encuentro lo que buscaba: un pequeño objeto brillante entre las patas de la lámpara. Me agacho para ver qué es, y en efecto, es una llave. Ahora sí, llave en mano, me acerco a la puerta dispuesta a abrirla.

La cerradura está bastante dañada, tanto que me cuesta bastante meter la llave y abrirla, pero finalmente la cerradura cede. Pero no es lo único que cede, ya que al intentar sacar la llave, ésta se parte, dejando la mitad dentro de la cerradura. Es extraño, ya que no he hecho ningún movimiento brusco con la llave ni la he forzado, pero posiblemente sea por el mal estado de la llave. Finalmente, logro salir de la habitación, cerrando la puerta, y lo que veo a continuación me asombra tanto como pudo haberlo hecho la habitación que he dejado atrás.

Delante de mí hay un pasillo, con antorchas y pilastras en las paredes. Hay goteras, pero en esta ocasión es agua y no sangre lo que cae. El suelo está mojado y resbaladizo casi en su totalidad, tanto que estoy a punto de caerme nada más salir. Las paredes están mohosas, y las antorchas no son capaces de iluminar totalmente el pasillo, dado su pequeño tamaño, dando lugar a un ambiente tétrico.

Probablemente por la humedad noto que en el pasillo hace más frío que en la habitación, y antes de darme cuenta estoy tiritando. No me hace ninguna gracia estar aquí, entre el frío y la oscuridad, pero tampoco puedo volver a la habitación, porque ya sé que ahí no hay nada. Comienzo a andar, poco a poco, sin bajar la guardia, atenta a cualquier sombra sospechosa o a cualquier cosa que se mueva. El pasillo es bastante largo, y cambia de dirección varias veces, aunque por suerte todavía no me he encontrado con ninguna bifurcación; serían un gran problema. Según voy avanzando por el pasillo, voy notando menos el frío, y eso en parte me consuela.

De golpe, escucho un murmullo lejano. Me paro en seco, y con cierto temor intento identificar qué puede ser ese sonido. Parecen voces, pero no estoy segura de ello, así que movida por la curiosidad, continúo avanzando, poco a poco. Al llegar a la siguiente esquina, el murmullo cesa de repente. Me detengo, esperando a ver si el sonido en cuestión reaparece.  Pero esa no es la suerte. Después de lo que a mi se me hacen horas, escucho un sonido, acercándose a mi. Pero no es el mismo de antes, y éste si puedo identificarlo con facilidad: pisadas.

Inmediatamente me invade el pánico. No sé que intenciones pueden tener ese —o esos— tipo. ¿Y si es el secuestrador? Unos momentos después, sin embargo, la razón se impone al terror. “Aunque quieras, no puedes huir —escucho en mi cabeza—. La dirección hacia donde quieres ir no tiene salida. Sin embargo, la ventaja es tuya. Tienes una pistola, y estás en una esquina, así que podrás emboscarle. Probablemente sea uno de esos jugadores, y no esperará encontrarse a otro en un lugar como éste, o por lo menos no de esta manera. No tengas miedo, tranquilízate. Tan solo espera a que llegue a la esquina, y entonces le apuntas con la pistola, y será todo tuyo. Y si son varios, toma a uno de ellos como rehén y huye.”

Siento una necesidad de hacer caso a esa voz, una voz que nunca había escuchado, pero que me parecía familiar, como si fuese un amigo íntimo el que estuviese hablando. No tengo argumentos para rebatir su consejo; tampoco tengo motivos para buscar ninguno: confío en esa voz ciegamente. Ya sin miedo, saco la pistola de su funda, y la contemplo una vez más. Realmente la pistola tiene “algo” que me provoca una sensación bastante extraña, como si tuviese que estar mirándola todo el día, como si eso fuese algo necesario para mi existencia, tanto como respirar.

Me quedo tan embobada que por poco pierdo la oportunidad de emboscarle. Decido arriesgarme un poco, y aprovecho la oscuridad del pasillo para asomar un poco la cabeza, y así  poder ver a qué me enfrento. Es solo una persona, a primera vista un hombre alto, que camina hacia mí con paso decidido. Vuelvo a mi posición, detrás de la esquina, y comienzo a notarme un poco nerviosa, respirando entrecortadamente, pero intentando no articular ningún sonido para no revelar mi existencia. Calculo que me separan de él unos tres segundos, y empiezo a temblar, notando cómo mi estómago da un vuelco. Solo un poco más… ¡Ahora!. Me levanto de golpe, pistola en mano, y apunto al hombre que está a punto de llegar a mi posición.
      ¡Quieto! — exclamo.
     ¡Ah! — grita, a la vez que se cae hacia atrás del susto.

El hombre cae de espaldas al suelo, levantando las manos en mi dirección, como indicándome por gestos que no disparase. Se le ve asustado y confuso, como si no esperase encontrar a nadie por aquí, tal como me indicó la “vocecilla” de mi cabeza.

Aprovecho para ver mejor al hombre al que apunto. Aparenta menos de cuarenta años, pero no por mucho. Tiene el pelo recogido en una coleta, negro con bastantes canas, dándole la apariencia de alguien bastante más mayor. Sin embargo, los rasgos de su rostro barbilampiño desmienten esto último. Viste con una gabardina color caqui, sobre una camisa blanca y unos vaqueros sencillos, rematados con unas botas de cuero negro, con aspecto de ser bastante pesadas, y lleva puestos unos mitones de cuero marrón. En general tiene un aspecto muy peculiar. El hombre al principio me miraba aterrorizado, pero a los pocos segundos, quizá al verme mejor, se tranquiliza un poco. Hay unas preguntas que quiero hacerle, así que intento sonar lo más intimidatoria que pude y empiezo a interrogarle.
     ¿Quién eres? ¿Qué estás haciendo aquí? —comienzo a preguntar, de forma rápida y apenas vocalizando, quizá debido a los nervios—. ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué demonios es este lugar? ¿Qué…?
     Tranquila, preciosa —me dice. Por su tono no parece demasiado nervioso —. Son demasiadas preguntas, ¿no crees?
Parece como si me estuviese subestimando, y eso es algo que me pone de los nervios.
     ¡Contesta de una vez!

Hasta yo me doy cuenta de que se nota mi inexperiencia en cada cosa que hago. Mis manos tiemblan, mi voz se entrecorta, y estoy empezando a sudar. El hombre, ya más tranquilo, acerca la mano a la pistola, lentamente. Ni siquiera me resisto cuando me la arrebata de las manos, y ahora la que está aterrorizada soy yo. ¿Cómo puedo pretender encañonar a alguien si ni siquiera puedo sujetar con fuerza la pistola, mucho menos dispararla en caso de peligro? Me siento avergonzada y enfurecida conmigo misma. Después de eso, el hombre se levanta, con una amplia sonrisa en la cara. No tengo ni idea de qué voy a hacer a continuación, y siento el impulso de correr, aun sabiendo que no hay salida.

Antes de que me diese tiempo a pensar en qué hacer, el hombre me pone una mano en el hombro, de una manera tan suave y natural que me calma al instante, sin saber cómo. El hombre comienza a hablar con una voz sosegada, que consigue tranquilizarme del todo.
     ¿Cómo una chiquilla como tú tiene una pistola? —dice, mirando el arma con atención. No soporto que a mi edad me llamen chiquilla. Es algo que me irrita mucho.
     ¡No me llames chiquilla! —digo, consciente de que ese tipo de comentario es más propio de un crío que de alguien adulto. Pero el daño ya está hecho. El hombre suelta una carcajada, y se guarda la pistola en el bolsillo.
     ¡Ja! Bueno, si no te importa, me la guardo por el momento.

No me gusta nada la actitud de ese tipo. Y lo peor es que me ha desarmado. De todos modos no sé por qué debería ir armada en un lugar como este, pero siempre es mejor prevenir que curar. Tras eso, vuelve a hablar.
     Deja que me presente: mi nombre es Ginto, Ginto Polére. ¿Puedo saber cuál es el tuyo, preciosa?

Todavía furiosa con él, me dispongo a presentarme, aunque se me nota algo de nerviosismo en la voz:
     M-Mi nombre es Aryan Glanzend.
     Un nombre precioso, Aryan —dijo, con una naturalidad inquietante.

Hay algo en la forma de hablar de ese hombre que me intranquiliza, como si fuese un ente sobrenatural que intenta entrar en mi cabeza y dominarme desde dentro. Supongo que es el tipo de persona al que llaman galán, y que está intentando seducirme para poder controlarme. Intentando evitarlo, decido no mirarle a los ojos, con un resultado satisfactorio, aminorando esa sensación.

Ginto prosigue hablando.
     Seguro que en estos momentos estarás confusa. Acompáñame. Por fortuna no estamos solos.
No se si alegrarme o no por esa noticia, pero el tono con el que ha hablado y su cara —veo esto último cuidándome de no mirarle directamente a los ojos— insinúan que la noticia es buena.

Continuamos por el pasillo, y al poco tiempo llegamos a una escalera de caracol.
     Por aquí. Baja con cuidado —me dice.

Es una escalera pequeña. No llevamos medio minuto bajando cuando llegamos a lo que parece la entrada. Es enorme, inmensa. El asombro debe haberse plasmado en mi cara, puesto que Ginto me mira y dice:
     Impresionante, ¿verdad?

La sala tiene unas dimensiones increíbles, como si estuviésemos en una catedral o un castillo. Comparados con esto, el pasillo y la habitación parecen una broma. La piedra es del mismo color azabache, pero por su parte en esta ocasión las antorchas cumplen mejor su función de iluminar la sala. Además, hay un gran candelabro colgante, lleno de antorchas. Creo que distingo detalles en forma de hueso en dicho colgante, pero prefiero no pensar en ese tipo de cosas. A veces, la ignorancia es la mejor opción. Hay bastantes pilastras, enormes también, que llegan hasta el techo, que parece realmente lejano. La escalera por la que estamos bajando se une a otra simétrica, formando una tercera que llega hasta el suelo. Hay otra pareja de escaleras en el otro lado, y una solitaria escalera más al lado izquierdo. A la derecha hay una enorme puerta, de varios metros de alto, y justo delante de ella…

     Mira, ahí está el resto —dice Ginto, señalando hacia donde yo estoy mirando.

Hay un grupo de cuatro personas, aunque no puedo verlos bien desde mi posición. Ginto se adelanta, y comienza a bajar las escaleras mientras intenta llamar su atención, moviendo los brazos por encima de la cabeza.
     ¡Eh! ¡Vosotros! ¡Ya estoy aquí! ¡Y traigo a otro más!

El grupo mira en dirección a Ginto, y se acercan rápidamente hacia nosotros. Es una panda de lo más variopinta: son totalmente diferentes físicamente. Uno de ellos es un asiático, algo  bajito,  y con el  pelo corto  y de punta,  con ropas  totalmente  normales —una camiseta azul y unos vaqueros. No aparenta más de veinte años. Luego hay una mujer pelirroja, con una larga melena, que lleva un largo vestido púrpura que le cubría todo el cuerpo y muy escotado. Da la sensación de que viene de una fiesta o algo parecido, puesto que no encuentro otra explicación para tal vestimenta; y aparenta unos treinta. Hay también otra mujer, de ojos de un azul eléctrico, vestida con un chaleco y una camiseta negros, y unos pantalones del mismo color, con una boina también negra en la cabeza, de donde sobresalen unos mechones de pelo rubio. Me es muy difícil estimar una edad aproximada para esta mujer, ya que sus rasgos no me dicen nada. Por último, hay un hombre enorme, de más de dos metros de alto, con una barba rubia y el pelo corto y del mismo color. Viste con una camiseta negra con un nombre estampado —algo como “Split-Not”, pero la tipografía hace difícil la tarea de descifrarlo—, que por su estilo parece el nombre de algún grupo de Heavy Metal. Lleva también unos vaqueros y unas botas negras, como las de Ginto, pero éstas están rodeadas por cadenas. Lleva un candado en el cinturón, lo cual le da un aspecto bastante raro. Tampoco puedo estimar su edad con precisión, pero menos de cuarenta no puede tener.

Cuando llegan hacia nosotros, el hombre de la camiseta negra se adelanta y habla con una voz potente y grave:
     ¿Cómo has encontrado a esta niña, si puede saberse? ¿Y por qué has tardado tanto?

Habla claramente en algún idioma nórdico, pero por desgracia yo sólo sé hablar el inglés, que era el idioma en el que habla Ginto. O por lo menos eso creía…

… hasta que me veo que entiendo perfectamente lo que dice.

Esto es la gota que colma el vaso. ¿Que he despertado en una habitación ajena? Bueno, eso puede ser posible, es obvio que me han secuestrado. ¿Que he visto dos lunas en el cielo? Pueden ser efectos especiales, de eso no hay duda. ¿Que las cosas se materializan de repente? Puede haber sido un despiste mío, y que todo eso estuviese allí desde el principio. Pero que de buenas a primeras yo entienda otros idiomas es algo que escapa a mis entendimientos. Aquí pasa algo raro, ya no me cabe la menor duda, y cada vez estoy más segura de que esto no puede ser real, aunque todos los acontecimientos apunten a lo contrario.

     Digamos —responde Ginto— que me tropecé, y ella me ayudó a levantarme.

Esto último lo dice con una sonrisa en la cara, e inmediatamente después me mira con una sonrisa de cómplice, como diciéndome “No te preocupes, esto quedará entre tu y yo”.

Por la cara que pone se nota que al hombre no le convence su respuesta, pero lo deja estar, y vuelve a hablar con su potente voz:
     Bueno, supongo que lo mejor será que nos presentemos, ¿no crees? —se señala a sí mismo— Mi nombre es Olaf Bronnfhell —a continuación señala a la mujer pelirroja— ella es Elizabeth Delacroix, —señala al asiático— él es Kenji Minamoto, —y finalmente señala a la mujer de negro—y ella… bueno, tan solo nos ha dicho que la llamemos Raven. A Ginto supongo que ya lo conocerás.

Según los iba nombrando iban estrechándome la mano, y después de que me dijera sus nombres yo les dije el mío. Elizabeth habla un francés muy fluido, y me dijo un par de palabras en un inglés algo rudo, y el japonés —o eso fue lo que me dijo él— que habla Kenji es sin duda bastante diferente del inglés, pero me gusta escucharle hablar en su lengua. La mujer que se hace llamar Raven es la excepción. No hizo ningún ademán de saludarme, ni siquiera parecía que se diese cuenta de que yo existía. Me acerqué para darle la mano, pero me ignoró completamente. Dolida, retiré la mano, pensando que en el mundo tenía que haber de todo.

Después de las presentaciones, Ginto empieza a hablar:
     Bueno, basta de preámbulos. Ahora que todos nos conocemos, ya podemos volver a lo importante. ¿Habéis conseguido averiguar como se abren esas puertas? —Lo dice mientras señala dos puertas, una a cada lado de la gran puerta, en las que no había reparado hasta ahora.
      No ha habido suerte — responde Elisabeth —. Hemos intentado de todo. La clave debe estar en ese panel — señala entonces dos pequeños paneles, situados cada uno a un lado de su respectiva puerta—. Venid, os enseñaré lo que hemos descubierto.

Nos acercamos a la puerta, para ver más de cerca el panel. A primera vista, parece una calculadora: nueve botones, en tres filas, con los números del uno al nueve, y una cuarta columna con tres botones, un “más”, un “ok” y una “C”.

Elisabeth volvió a hablar:
     Bien, más o menos, esto funciona así… Pulsas cualquier botón, y aparece en pantalla… — justo entonces, Ginto interrumpe con tono irónico a Elisabeth.
     No… ¿en serio? No lo habría descubierto nunca… —dice con una sonrisa en su rostro.

Elisabeth le dedicó en ese momento una mirada de hostilidad a Ginto. No parece que el comentario le haya hecho mucha gracia, ni a ella ni a nadie; sin embargo yo tuve que contener la risa.

     Déjame terminar… ¿Quieres? —dice, mirando a Ginto—. Te deja escribir números del uno al doce, y luego, si le damos al botón de sumar, te deja poner otro, pero distinto al anterior — Todo esto lo dice mientras teclea un par de números en el aparato y le da a sumar, en concreto un ocho, y un once. —Y ahora, pulsamos el botón de “ok” y… — dice apretando el botón.

Justo después, como si de un ordenador se tratase, sale por el lado derecho una bandeja con un pequeño hueco redondo.
     Después de ver esto, y tras probar algunas cosas, llegamos a la conclusión de que el hueco sirve para “leer” los colgantes que todos poseemos; ya sabéis, los que vienen con el número…  da la casualidad de que todos tenemos uno con un número diferente, aunque era de esperar. La carta decía que eran importantes, y parece que ya sabemos por qué. Acercaos, Olaf, Ginto… —pide Elisabeth. Ambos se acercan a ella.
     ¿Si? —pregunta Ginto.
     Sacad vuestros colgantes —ordena Elisabeth, y ellos cumplen—. Bien, ahora Olaf, coloca tu colgante en el hueco —dicho y hecho, Olaf hace lo que dijo Elizabeth.
Hecho esto, el ocho en la pantalla del dispositivo, pasa de ser de color negro a color azul, y se oye un pitido, como un “bip”.
     Bien, tu turno Ginto — dice mirando a este.
Ginto se encoge de hombros y hace lo que Elizabeth le dice.
Una vez más, se escucha el “bip” que emite la maquina y el número 11 se vuelve de color azul.
     Perfecto, y ahora por último, le volvemos a dar al botón de “ok” y… — pulsa el botón y esta vez se escucha un ruido mucho mas grave, como un “mec” por así decirlo.
En la pantalla aparece un “100” en color rojo, y a su derecha un símbolo, una “P” atravesada por una línea diagonal.
     ¿Veis? Este es el problema… —dice finalmente Elisabeth—. Pensamos que es posible que se refiera a los puntos que estaban mencionados en la carta, pero no sabemos nada con seguridad —Hace una pequeña pausa, y continúa—. Bueno, ¿alguna pregunta?
     ¿Habéis probado a abrir la puerta grande? —pregunta inmediatamente Ginto.
     Claro, por supuesto. Lleva a otra sala, igual a esta, pero sin escaleras. Ahora la veréis —Elizabeth nos hace señas con el brazo, indicando que la sigamos.

Olaf se adelanta y se coloca enfrente de la puerta, y agarra una de las argollas, colocadas a la altura de su cintura, con las dos manos. Sus músculos empiezan a tensarse y su cara se enrojece. Tiene que ser una puerta pesada de verdad. Pero lo que se abre no es la gran puerta, sino una pequeña puerta camuflada, con la altura suficiente para que Olaf pasase sin ningún problema. Poco a poco empieza a moverse, hasta que se abre lo suficiente como para que pasemos todos. Miro a Olaf, que después de tan titánica hazaña parece que no haya hecho ningún esfuerzo. De hecho, el enrojecimiento de la cara ha desaparecido completamente.
     Vamos, ya no hay nada más que hacer aquí —dice Elizabeth. La gente va entrando a la nueva sala





La sala es de proporciones semejantes a las de la que acabamos de abandonar, sin las mencionadas escaleras. Hay otras dos puertas, tan grandes como la que se encuentra ya a mis espaldas, una delante, en el otro extremo de la sala, y otra en el muro que se encuentra en el extremo izquierdo de la habitación. Sea quien sea el que ha construido, no se ha cortado un pelo a la hora de hacer puertas. El muro restante está libre de toda puerta, pero de lo que estaba infestado era de antorchas, al igual que el resto de paredes de la estancia. Puedo apreciar que aquí también hay candelabros colgantes, iguales (huesos incluidos) a los de la otra habitación. 

Tengo una pequeña pregunta que hacer a Ginto, quien aún no ha salido de la otra sala. Me doy la vuelta y salgo de aquí, para poder hablar con él un momento a solas. Le detengo antes de que entre, y le comunico mediante señas que vayamos a un rincón.
     ¿Ocurre algo preciosa? —dice, con el tono jovial que le caracteriza.
     ¿Puedo saber que estabas haciendo en ese pasillo cuando nos encontramos? —le pregunto, con un tono más serio que el que usa él en estos momentos. No es que quisiera parecer brusca, ni que sospechase nada de él, simplemente no quiero parecer débil como cuando le apunté con la pistola, y realmente tengo curiosidad por saber que hacía allí, aunque más o menos ya sé de que va a ir la respuesta.
     Ah, eso. No, no es nada importante, simplemente queríamos explorar ese pasillo, dado que nadie había venido de ahí, y pensamos que podría haber algo interesante —premio, esa era la respuesta que esperaba. Me apunto una. Pero todavía fallan unos cálculos…
     ¿Y por qué viniste solo? —le pregunté. Si eran cinco, y tenemos en cuenta que solo mi pasillo estaba libre de inspección, ¿por qué vino él solo? Quiero saber qué me contesta…
     Veamos… como ya te habrás dado cuenta, Raven… digamos que no está muy dispuesta a colaborar —dice en un tono más bajo, como si fuese un insulto directo contra su persona y no quisiera que se enterase—. Kenji fue a explorar su pasillo, mientras que Olaf y Elizabeth se encargaban de las puertas. Por eso yo vine solo, porque Raven no hizo absolutamente nada. No soy partidario de quejarme de la gente, pero es que no hace nada… Bueno, dejando aparte el tema, creo que el resto de la historia, lo de tu pasillo, ya te lo sabrás, ¿no?

Le sonrío, como riendo su gracia, pero no le doy mucha importancia en realidad. La suya parece una historia creíble. Además, como ya he dicho antes, no sospecho nada de él, así que una vez satisfecha mi curiosidad, salgo de nuevo de la habitación. Poco después de que entremos todos, oigo un ruido, similar al que hizo Olaf mientras abría la puerta. De hecho, ¡la que tenemos enfrente se está abriendo en estos momentos! Me pongo en guardia, ya que no sé que puede ser lo que sea que haya detrás de esa puerta.

Lo primero que veo cuando se abre la puerta es un chico joven, de unos veinte años, de pelo corto y castaño. Nada fuera de lo com… no, espera, ¿qué está pasando? De pronto me ha empezado a doler la cabeza, y creo que estoy oyendo un pitido. Definitivamente lo estoy oyendo, sí, y cada vez más fuerte. Pierdo el equilibrio. Ya no sé qué está arriba y qué está abajo, y algo me ha agarrado el brazo. ¿Puede ser que esté cayendo al suelo y Ginto esté tratando de sujetarme? Sí, eso es lo más probable, pero ya no puedo estar segura de nada. Ahora lo veo todo negro. Genial. Estoy prácticamente segura de que ya he perdido la conciencia. En fin.

De lo que estoy segura es de que ese chico me suena...



—CAPÍTULO 2— 
Pesadilla


Ginto estaba confuso. No tenía ni idea de que estaba pasándole a Aryan, tan de repente. Para colmo, había gente al otro lado de la gran puerta. Probablemente serían mas jugadores, pero no podía permitirse bajar la guardia en un momento como este. Miró a Elizabeth, como preguntándole que debía hacer. Ella entendió lo que quería decir, y volvió a tomar el mando.

− ¡Ginto! —le dijo—. Cuida de la chica, yo voy a ver quienes son. Olaf, ven conmigo.

Ambos se acercaron al otro grupo, que en estos momentos acababa de abrir la puerta. El chico que estaba al frente retrocedió, temeroso, y un hombre canoso se adelantó, al igual que estaban haciendo la mujer y el gigante.

Estuvieron hablando unos minutos. Mientras, Ginto intentaba reanimar a Aryan. Por suerte le había encontrado el pulso, aunque por otro lado ese hecho no le sorprendió demasiado: era muy raro que alguien se muera así de pronto.

Después de lo que a Ginto se le hizo un eternidad, Elizabeth volvió hacia el grupo, con Olaf siguiéndole de cerca.  Ginto lo vio volverse un instante hacia el hombre canoso, y este le hizo una disimulada seña con la mano. Después de eso, Olaf siguió andando como si no hubiese pasado nada. A Ginto le pareció sospechoso, así que decidió no perderlos de vista.

Cuando llegó Elizabeth, lo hizo con  buenas noticias.

− Chicos, es seguro. Son jugadores.

Ginto cogió a Aryan en brazos y se acercó al otro grupo. Sin embargo, una escena le llamó la atención. Una de las integrantes del otro equipo, una chica joven, de pelo rubio a la altura de los hombros, se adelantó un poco más y preguntó con un tono de súplica.
− ¿Kenji...? —dijo, mirando al chico asiático. Éste abrió los ojos todo lo que pudo, y se los frotó con las manos como si no se lo creyese.
− ¿Ann...? —respondió éste, mirándola fijamente.

Amos salieron corriendo de pronto y se abrazaron con fuerza. Después, Kenji ladeó la cabeza y la besó apasionadamente, y la chica le correspondió. Sin embargo, una voz rompió la magia del momento.
− Un momento, ¿Qué significa todo esto? —exclamó Elizabeth. El hombre canoso se adelantó y habló.
− ¿No lo ves? Yo creo que es bastante obvio —dijo con sorna.
− No me refiero a eso... —dijo con tono de decepción— ¿No os dais cuenta?
− ¿De que se supone que nos tenemos que dar cuenta? —replicó el hombre. Pero no fue Elizabeth quien contestó, sino un chico que había en el otro grupo.
− El hecho de que se conozcan, disminuye enormemente las posibilidades de que seamos un grupo de gente elegida al azar —dijo mientras se ajustaba sus gafas de gruesa montura.

Elizabeth sonrió, encantada de no ser la única que piensa, o por lo menos según su criterio. Ginto miró detenidamente al chico. Era realmente joven, tendría que tener unos quince años. Las gafas y el pelo castaño y cortado a lo tazón le daban un aspecto de “chico repelente”. Era bajito, y estaba algo relleno. Vestía con una chaqueta verde sobre la camiseta azul, y llevaba unos vaqueros y unos zapatos marrones.

El chico volvió a hablar:
− Creo que sería contra producente si no nos presentásemos adecuadamente ipso-facto.

Ginto más o menos entendió que había dicho, pero su forma de hablar era tan rebuscada —y pedante — que le estaba entrando dolor de cabeza.

− Procedo a comenzar con las presentaciones: Mi nombre es Mark Jeffrey, pero podéis llamarme Mark.

Continuaron con las presentaciones. El hombre canoso se llamaba Ryan Jonson. Era un hombre corpulento, pero no tanto como Olaf. Vestía una camisa blanca, y encima un chaleco negro, con unos pantalones marrones, y el calzado de color negro. Tenía el pelo corto, con un poco de flequillo que le caía a los laterales de los ojos, de color negro pero lleno de canas; y una perilla, también canosa. Había también una chica, de  largo pelo negro con una franja blanca en el centro Llevaba una camiseta negra con una calavera blanca a modo de logotipo, y una falda algo corta. Llevaba también unas medias, y unas botas como las de Olaf. Sus brazos estaban adornados con sendas pulseras con tachuelas. Era el claro ejemplo de una chica gótica. Les costó mucho que dijese su nombre, aunque era comprensible: no todos confiaban en desconocidos tan rápido. Se llamaba Amy. No quiso decir su apellido en ningún momento. Es posible que ese no fuera ni siquiera su nombre real.

El nombre del chico de las gafas era Mark Jeffrey, tal y como dijo antes, y añadió más tarde: “Yo soy Británico, no como estos americanos”, dijo señalando a Ryan y Amy. Estos le devolvieron una mirada fulminante, pero Mark hizo caso omiso. Realmente a Ginto le caía mal este chico.

Luego estaba la chica que seguía abrazada a Kenji. Rubia y de ojos castaños, con falda y camisa blanca, y un lazo negro en el cuello: un uniforme de estudiante. Parecía una chica normal y corriente. Aparentaba tener veintipocos, y tenía un fuerte acento alemán. Su nombre era Ann Kindenn.

Por último, se presentó al chico que al principio encabezaba al grupo. Era un chico normal y corriente, de una edad que rondaría los veinte años. Vestía una camiseta blanca y unos vaqueros: nada fuera de lo común. En realidad, el chico tenía un aspecto tan normal que haría difícil reconocerlo en medio de una multitud. Su nombre era Ven Helder.

Justo en ese momento, cuando ya todos se habían presentado, Aryan despertó. Todavía estaba un poco pálida, pero ya se le veía con mejor aspecto. Elizabeth se encargó de contarle las novedades y de presentarle a la gente. Ginto se fijó en que titubeó un poco antes de que le presentase a Ven, pero le llamó mas la atención el hecho de no ver  a Olaf ni a Ryan por ningún lado. Cuando estaba a punto de dar la voz de alarma, los vio aparecer por la puerta por la que salió el grupo de Ryan. Ginto ya estaba empezando a desconfíar de ellos dos: algo debían estar tramando.

Ahora se estaban presentando ellos a los del otro grupo. Tras haberse presentado al resto, Ginto decidió descansar un rato. Se sentó en una esquina, y cerró los ojos. “Que sueño le dan a uno estas cosas…”, pensó. Y se durmió.



 Capítulo 3 −
El piano

Todo había pasado muy rápido para Ven. El despertar en su habitación. El enorme diez de sangre en el techo. La misteriosa cara en el escritorio. El extraño medallón que encontró debajo de su cama. El encuentro con su grupo. Y lo que más le impactó: la visión de la chica que se desmayó, que le resultaba extrañamente familiar.

Ven aún estaba acostumbrándose a la gente que acababa de conocer. Eran unos tipos muy extraños —algunos más que otros—. El que sí que le parecía un tipo bastante extraño era el que estaba tumbado en ese momento en una esquina de la sala. A Ven se le pasó por la cabeza la extraña idea de que podría estar durmiendo.

Cuando todos terminaron de presentarse, se fijaron en la forma en la que Ven estaba mirando a la esquina, y miraron ellos también. Elizabeth avanzó hacia él y le despertó a patadas. El hombre logró escabullirse y levantarse, jadeando.
            − ¿¡Pero en qué estás pensando!? ¿¡Ponerte a dormir en un momento así!? ¡Debería darte vergüenza!

 Elizabeth siguió gritando mientras el resto del grupo miraba aterrado. Ven sabía con seguridad que si quería mantener su integridad física intacta debía evitar entrar en un conflicto con ella. Cuando ya llevaba un rato despotricando contra él —cuyo nombre Ven creía recordar que era algo como “Gimpo”— Ryan intervino.
            − Bueno, ya basta, ¿no? Tenemos muchas cosas que hacer más importantes que discutir. —Elizabeth le devolvió una mirada furiosa, pero se calmó casi al instante. Por otro lado, los ojos de Gimpo brillaban de felicidad —. Empecemos poniendo en común lo que sabemos los dos grupos.

Elizabeth les explicó el funcionamiento de las puertas, que era lo único que no sabían. Tras eso, decidieron avanzar por la gran puerta. Les costó bastante abrirla: Olaf y Ryan, los mas corpulentos, tuvieron que emplearse a fondo para ello. Tras lograrlo, encontraron un pasillo enorme, con dos bifurcaciones a cada lado, y una puerta doble al otro extremo. El pasillo estaba lleno de pilastras y antorchas, y las paredes estaban llenas de moho, como casi todos los pasillos de ese lugar. Decidieron pararse a pensar por donde ir.

−  Propongo ir directamente por esa puerta —dijo, señalando a la puerta que tenían enfrente—. Creo que lo mejor sería no perder el tiempo… —antes de poder terminar la frase Mark lo interrumpió a gritos.

− ¡No! ¡No, no, no! ¡Ley del explorador número tres! ¡Explorar primero el pasaje actual! ¡Luego los habitáculos anexos! ¡Y luego proseguir con las salas adjuntas!

Nadie lo admitió, pero todos pensaban igual —dentro de lo que cabe— que Mark. Raven, por su parte, lo ignoró completamente y avanzó por la puerta doble. Ryan y Elizabeth le llamaron, pero hizo caso omiso. Ryan que estuvo a punto de salir corriendo detrás de ella, fue detenido por Gimpo, que negó con la cabeza, indicándole que no la siguiese, que era un caso perdido.

Como había cuatro pasillos, se separaron en dos grupos de tres personas y otros dos de dos personas. Ann y Kenji quisieron ir solos. Ryan les puso la condición de que se centrasen y no perdiesen el tiempo, a lo que aceptaron de mala gana, como si el comentario les ofendiese. Olaf y Ryan decían que eran los que mejor se las apañarían solos, así que ellos dos formaron el segundo grupo. Elizabeth fue con Mark y Amy, dado que no soportaba a Gimpo, que quiso ir con su “querida” Aryan. Ven fue también en ese grupo, ya que era el único que quedaba en el que faltara un hueco. Una vez hechos los grupos, cada uno fue por su pasillo acordando volver al centro una vez explorados los pasillos. Si alguien gritaba, los que lo oyesen tendrían que volver en su búsqueda. Si un grupo se retrasaba mucho, el resto debía ir por su pasillo para buscarlo.

Aryan, Gimpo y Ven avanzaron por el pasillo. Gimpo intentó animar la caminata encontrando algunos chistes malos, pero al ver que ni Ven ni Aryan le estaban prestando atención. Para Ven, Gimpo era como un niño adulto: su comportamiento no hacía justicia a su edad. De pronto, como si de un acto reflejo se tratara, se fijó en Aryan. De pronto, noto Se preguntaba también si Aryan tendría la misma sensación que él, esa sensación extraña que el ya había sentido en alguna otra ocasión.

Ven todavía estaba sumergido en sus pensamientos cuando llegaron al final del pasillo. Había cuatro puertas, dos a cada lado. Como no podían dividirse cuatro puertas entre tres personas, acordaron entrar todos juntos a la primera, y luego dividirse para las otras tres. Probaron con una cualquiera, pero estaba firmemente cerrada. Solucionado el problema, cada uno escogió una puerta. Por suerte, esta vez estaban todas abiertas. Ven entró a su habitación, muy parecida a la habitación en la que despertó: la cama, la estantería, la mesilla, la antorcha, el escritorio... solo faltaba el ventanal, provocando que la habitación estuviese más oscura que la suya. Empezó buscando en el escritorio, pero estaba vacío, Luego miró en los cajones de la mesilla, y también estaban vacíos. De pronto, antes de mirar en el estante, le pareció escuchar una melodía en la lejanía, pero decidió hacer caso omiso: probablemente Gimpo se haya encontrado un instrumento y no haya podido contenerse.

Ven examinó la estantería, y comenzó a leer uno por uno los títulos de sus libros. Casi todos estaban escritos en lenguas que nunca había visto, algunas de ellas parecían inventadas. Sin embargo, uno le llamó la atención: su nombre, perfectamente legible, era “La interpretación de los sueños”, de Sigmund Freud.

Le llamó la atención encontrar un libro así en un lugar como ese, así que lo abrió, dispuesto a ojearlo. Se llevó una gran sorpresa al ver las páginas estaban en blanco. Extrañado, comenzó a pasar páginas: cinco, diez, treinta, cincuenta... hasta la página ciento cuarenta y cuatro, que si tenía algo escrito. Nada mas echarle una ojeada, supo que se trataba de un mensaje del Game Master. Decía:

“Saludos, jugador, y enhorabuena por tu astucia. Gracias a ella, serás recompensado con información adicional. Lo primero es empezar por lo básico: Los Puntos. Los puntos se obtienen superando pruebas y sirven para abrir puertas especiales. Estas puertas se diferencian del resto por tener un panel a un lado. Además, contendrán recompensas en su interior. Pero ojo: solo un jugador puede abrirlas, y solo un jugador puede obtener la recompensa, a no ser que se diga lo contrario. La excepción son aquellas que abren el acceso a nuevas áreas, que tienen una marca azul en el pomo.
Para obtener puntos, tendréis que encontrar una sala de desafíos, y superar el reto correspondiente. Todos los jugadores participantes que tengan éxito recibirán la misma cantidad de puntos, independientemente del número de ellos, pero algunas puertas tendrán un límite de jugadores. Podréis diferenciar esas puertas porque tienen una marca roja en el pomo.
Ahora explicaré el proceso para abrir las puertas”. Ven leyó rápidamente esta parte; pero era lo mismo que Elizabeth les dijo cuando pusieron en común sus conocimientos. Continuó la lectura: “Así que buena suerte, jugador,  y que el destino te favorezca.

Atentamente,
Game Master”.

Ven releyó la carta, para asegurarse de haberlo entendido todo. La arrancó del libro, la dobló y se la metió en el bolsillo. Al volver se lo contaría al resto del grupo. Volvió a examinar la habitación, y cuando había ya acabado con todo y se había asegurado de no dejarse nada, salió de la habitación.

Al salir, vio a Gimpo, sentado esperando. Tenía un libro entre las manos. Ven le preguntó:
− ¿Alguna novedad?
− Ahhhh... si. De hecho... —le mostró el libro— ¿Lo ves? ¿Puedes leerlo?
− Esto... si, pero, ¿que se supone que es? ¿Es algo importante?
− ¡Si! ¡Por supuesto! − le respondió. Sus ojos le brillaban, y por su tono de voz parecía muy emocionado −. ¡Es “La metamorfosis”, de Kafka!

Ven realmente no entendía que se le pasaba a Gimpo por la cabeza. No sabía como podía en libros en una ocasión como esta. Sin embargo, le entró la curiosidad, y como aún tenían que esperar a Aryan, aprovechó para conversar un poco.

− Kafka es un autor alemán, ¿cierto?
− Correcto.
− Entonces dijo, mientras miraba el libro mas de cerca ¿tú sabes alemán?
− También es correcto.
− ¿Has estado alguna vez en Alemania?

La expresión en la cara de Gimpo, su sonrisa, quedó congelada nos instantes. A los pocos segundos, su cara cambió por completo, y su rostro se ensombreció. Después, habló con una voz apagada.
− Preferiría no hablar del tema, si no te importa.

A Ven le extrañó mucho este cambio brusco de comportamiento. Sin embargo, no tuvo tiempo de pensar en ello, ya que justo después se abrió la última puerta, por donde había entrado Aryan. 
Pero a su salida había un cambio, ya que no salió sola: la acompañaba una niña de argénteos cabellos.


La niña era bastante joven: no tendría más de diez u once años. Vestía un vestido de color negro, lleno de lazos, y tenía el pelo plateado y largo, con otro lazo en la cabeza. Sus ojos, enormes y de un color miel, que resaltaban en su tez pálida, tenían un brillo extraño y eran hipnóticos. Cuando miraba parecía como si atravesase el cráneo con la mirada, y observase directamente el interior; y todos sus secretos mas profundos y mejor guardados parecían inseguros bajo su mirada.

Ven y Ginto le preguntaron como la había encontrado. “Estaba durmiendo en la cama de la habitación”, les dijo. “Creo que es otra jugadora, como nosotros”. Para Ven, esto era muy extraño: ¿Por qué ella estaba allí, a diferencia del resto de jugadores? Decidió preguntárselo.

− Oye, chica… ¿Qué hacías en esa sala? Es decir… esto… ¿has despertado ahí? —Sin embargo, la expresión de terror en la cara de la chiquilla revelaba que no tenía ni idea de por qué había aparecido ahí.

− Esto es mejor hablarlo con el grupo entero —dijo Gimpo. Como nadie puso ninguna objeción, empezaron a andar de vuelta al cruce de pasillos, donde acordaron ir cuando acabasen. De paso, estuvieron hablando un poco. La chica era muy simpática, y a Ven le gustaba hablar con ella. Descubrió que se llamaba Platyna Rajasi, y que era huérfana: sus padres murieron en un accidente años atrás.

Cuando llegaron, ya estaba allí el resto del grupo, esperándoles. Tras ver a la niña, reaccionaron de formas muy dispares. Algunos parecía que no se diesen cuenta de su presencia. Otros la miraban anonadados. Elizabeth se adelantó y habló:
− ¿Qué significa todo esto? ¿De dónde habéis sacado a la niña?

Tuvieron que explicarle que se la encontraron en la habitación que Aryan investigó. Ella se encargó de dar los detalles: cuando entró, Platyna estaba durmiendo en la cama, y se despertó. Aryan trató de interrogarla, pero no sacó nada en claro: la chica estaba aterrorizada.

Tras comprobar que todo intento de interrogatorio resultaba inútil  —la chica miraba a todos con un semblante aterrorizado—, decidieron poner en común todo lo que habían encontrado. Ven les contó a todos lo que había en la carta que se encontró, y la sacó del bolsillo para enseñársela. Olaf encontró otra nota, pero estaba tan manchada de un líquido oscuro —algo parecido al café—que no podía leerse bien, aunque por las palabras sueltas que podían leerse dedujeron que debía ser la misma carta que Ven encontró. Lo último “encontrado” era la chica, Platyna, que aún no sabían cómo y por qué había aparecido allí.

Cuando terminaron de hablarlo todo, decidieron continuar por la puerta doble. Llegaron a un estrecho pasillo, tanto que Olaf apenas cabía en él, que se retorcía girando hacia la derecha. Estaba bien iluminado por las antorchas, y se notaba la humedad característica de la zona. A los pocos pasos llegaron a una escalera, con la misma estrechez que el pasillo previo, que subía y giraba hacia la izquierda. Giraba otra vez hacia la izquierda, y otra más.

Cuando llegaron al final, vieron que el pasillo se bifurcaba. Uno de los caminos giraba bruscamente hacia la izquiera, y el otro hacia la derecha. Decidieron dividirse en dos grupos de seis para avanzar, y regresar al pasar un tiempo acordado.
           
Ven fue por el pasillo de la izquierda. Este pasillo nuevo era tan estrecho que Olaf tenía que ponerse de lado para poder avanzar. Subieron un par de escalones, y siguieron la nueva escalera, que giraba a la derecha, y luego otra vez a la derecha. Para su sorpresa, al asomarse al nuevo pasillo al que llegaron vieron a sus otros compañeros al otro lado. Parecía que ambos pasillos se conectaban al final. Ambos pasillos conectaban con un tercer y cuarto pasillo respectivamente que se dirigían a la misma dirección. Suponiendo que sería un diseño simétrico, ambos grupos continuaron por su respectivo pasillo.

Sus suposiciones eran ciertas: llegaron al final del pasillo, que giraba hacia la izquierda, conectándose con el pasillo de sus compañeros. En el centro había unas escaleras que subían un largo trecho. Podían ver que al final les esperaba una puerta doble.
           
 Llegaron al final, y cuando todos estaban ya delante de la puerta, la abrieron, revelando la sala más inmensamente grande que habían visto en toda su vida, cuyo centro estaba ocupado por un torreón adornado con un reloj plateado gigantesco.


 Capítulo 4 −
El cuarto blanco


Es definitivamente la sala más grande que he visto en toda mi vida. Deja en ridículo al recibidor en el que encontré al resto del grupo. De hecho, creo que en esta sala cabrían dos o tres de esos recibidores, y aún sobraría espacio.
           
Las paredes ya no son color azabache, como en el resto de salas en las que he estado. Ahora son de color negro, y la escasa iluminación no me permite ver donde está el final de la sala. Por otro lado, la torre está perfectamente iluminada, mediante unos paneles dorados que seguramente contendrán antorchas en el otro lado.

Fijo mi vista en el techo, o lo habría hecho de no ser porque mi vista no llega tan alto. Debe estar situado a una distancia abismal del suelo. Sin embargo, sí que veo algunas pasarelas por encima, rodeando la sala, que probablemente serían niveles superiores. Estas pasarelas están llenas de puertas, que, rodeadas de antorchas, constituyen la única fuente de iluminación, dejando a un lado la torre, claro.

El elemento más atrayente de la sala es el reloj de la torre. La esfera, plateada, tiene dos manecillas: la de las horas y la de los minutos, ambas negras. Los números están tallados en dorado, el mismo color que el marco del reloj. El marco está formado por el mismo tipo de panel que ilumina el resto de la torre, dando un efecto lumínico al reloj que me deja sin palabras.
           
Hay también una puerta doble en la base de la torre, con un panel en su lado derecho y una cruz azul cuyo centro está constituido por el pomo. Probablemente es una de esas “nuevas áreas” de las que hablaba la carta que encontró Ven hace un rato.


Por otro lado, los detalles en piedra de toda la torre me dejan embobada. Me recuerdan a los grabados de mi pistola; pero no por el diseño, sino por el hecho de que unos esquemas tan sencillos sean capaces de hacerme olvidar que existen más cosas.

La voz de Mark me saca del asombro en el que estaba atrapada —“¡Regla del explorador numero tres…!”—, y decidimos explorar la gran sala antes de hacer nada.

Cuando terminamos de recorrer toda la sala, vemos que es un octógono perfecto. En uno de sus lados está la puerta por donde entramos hace un rato, y enfrente, en la torre, la supuesta “nueva área”. En los lados izquierdo y derecho hay el mismo número de puertas, distribuidas de forma simétrica: Una puerta con un panel y una marca roja con centro en el pomo —una puerta de desafío—, dos puertas sin marcas, con un panel a la derecha —puertas de recompensa, según la carta de Ven—, y otras dos puertas, sin ninguna marca. Al fondo, en la pared contraria a la de la entrada, hay tres puertas dobles, sin ninguna marca de ningún tipo, ni ningún panel.

Al terminar de explorarlo todo, Ryan, que parece que ya se siente identificado con el puesto de líder, nos divide en grupos. Cuatro grupos de tres personas, para poder explorar las cuatro habitaciones con la mayor rapidez y eficiencia posibles. Entro a la habitación con mis compañeros de búsqueda, Ginto y Platyna. Pero en serio, ¿es que el que ha construido esto no se cansa de hacer todas las habitaciones iguales? Sí, otra habitación exactamente igual que el cuarto en el que desperté, salvo por el detalle de la ventana, claro.

Nada en el escritorio. Nada en la cama, ni debajo de ella. Nada en la estantería ni dentro de ningún libro. Nada debajo de la lámpara… En definitiva, nada especial en toda la habitación. Tras estar segura de que no nos dejábamos nada, aviso a los otros dos para que me sigan. Llegamos al punto de reunión, enfrente de las tres puertas, cuando ya todo el mundo estaba allí.  El único hallazgo era mérito de Ann. Consiste en un papel estaba escrito con tinta roja, y dice “ABRID EL COMEDOR”. Lo encontraron debajo de la cama de su habitación. La nota parece estar escrita a mano, y es bastante diferente a las que hemos encontrado hasta ahora. Además, parece haber sido arrancada de algún sitio, dado que sus bordes son irregulares.
− Nadie sabe qué significa esto, ¿verdad?  —dice Elizabeth.

Todos negamos con la cabeza: nadie tiene ni la menor idea de qué puede significar el mensaje. Elizabeth se lo da a Ryan para que lo guarde. Bien, ahora toca discutir nuestro siguiente paso. Es Olaf quien rompe el silencio:
− Chicos, a ver. Hemos visto dos desafíos antes, ¿no? ¿No va siendo hora de hacer ya alguno? Lo digo por el tema de los puntos

El resto sigue en silencio, meditando la propuesta. Finalmente es Elizabeth quien contesta.
− Creo que es una mala idea. Probablemente podamos sobrevivir perfectamente sin esos desafíos. No sabemos como de peligrosos son, o si una vez comenzado podemos retirarnos. Puede ser muy arriesgado ir haciendo desafíos a lo loco. No, yo propongo terminar de explorar todo lo posible, y luego, si no hay mas remedio, pensaremos en que hacer.
− Apruebo la moción − dice Mark.
− Yo también estoy de acuerdo − Interviene Ryan.
− Yo creo que estáis equivocados − dice una voz. Me giro, sorprendida, pues esa voz no me resulta demasiado familiar.

Raven. Ahora ya se por qué no me sonaba su voz: sólo la he escuchado una vez, cuando se separó del grupo. Sin embargo, ella no está igual que antes de separarse: está llena de heridas. Tiene un corte en la mejilla, que todavía sangra, y las mangas de su jersey y la mitad de una pierna de su pantalón están totalmente rajadas y desgarradas, con heridas en esas zonas. Viene cojeando desde la puerta de la derecha, de las tres dobles. Intenta mantener el equilibrio, pero no lo logra: cae al suelo poco después de decir la frase.

Ann se acerca a ayudarle, pero Raven responde extendiendo la mano hacia ella, como cortándole el paso, y vuelve a hablar:

   − Detenerlos... tenéis que... erlos... ya... – Tras decir esas palabras se desploma. Todo el grupo se acerca a ella. Ann le pone dos dedos en un punto del cuello, para comprobar su pulso. A los pocos segundos responde aliviada.
− Tiene pulso − dijo, aliviándome también a mi. No me gustaría que ningún miembro de nuestro grupo muriese. Sin embargo, no tuve demasiado tiempo para alegrarme, dado que inmediatamente después la puerta por donde Raven entró se abre de golpe. Lo único que pude ver con claridad en ese instante fue una criatura enorme de color negro arrancando de cuajo la puerta que acababa de abrir y lanzándola hacia la izquierda, quedando reducida a pedazos tras colisionar con la pared. 


5/7 ACTUALIZACIÓN MAS NUEVA EMPIEZA AQUI





La criatura es enorme, algo más que Olaf. Tiene forma humana, pero con la piel negra como el carbón, y algunas franjas del color de la piel humana, con un tono rojizo, como si se hubiese quemado. Desde las muñecas hasta los codos refulge un fuego negro, que dan una extraña sensación, pues su movimiento parece ralentizado. Sus manos no tienen dedos, o por lo menos algo que yo considere dedos: ocho garras en cada mano, plegadas hacia el centro, como si fuese una flor, y su longitud doblaba como mínimo la de un dedo normal.

Lleva como única vestimenta un trozo de tela colgando de la cintura, como un faldón, y sus piernas acaban como las de un carnero, pezuña incluida. Sin embargo, lo más terrorífico es su cabeza. Un cráneo de cabra, con unos enormes cuernos retorcidos. El cráneo está manchado de sangre, al igual que sus afilados dedos. Probablemente ha sido eso lo que ha herido a Raven.

Nada más ver a la criatura empecé a sentir una sensación de parálisis por todo mi cuerpo, que todavía persiste. Me recuerda al miedo, pero no… no es eso. No es el miedo que se siente normalmente. En verdad, me siento hipnotizada. No puedo dejar de mirar a la criatura. Pero tampoco puedo moverme. Todos y cada uno de mis músculos están paralizados. No se que hacer. No puedo quedarme así, esperando a que esa… cosa nos ataque. Porque es obvio que ha atacado a Raven.

Esta situación es muy rara. Hace unas horas no me creía que esto pudiera ser real, pero esta situación me ha hecho cambiar drásticamente de opinión. Esta sensación que tengo ahora… es real, estoy segura. Creo que esa criatura es el terror puro, hasta tal punto que ni siquiera siento ese terror. Es algo extraño, no estoy segura de poder describirlo… ni siquiera estoy segura de poder entenderlo.

No creo ser la única en esta situación, porque no oigo ningún sonido que delate ningún movimiento de mis compañeros. Puede que estén todos como yo, o puede ser que tampoco pueda oír lo que ocurre a mi alrededor. ¿Estaré completamente atrapada bajo el influjo de esta criatura?

Todo estaba quieto hasta ahora. Con una rapidez que contrasta con la inactividad anterior, veo como el monstruo se abalanza hacia el grupo. Debido a la impresión, finalmente soy capaz de moverme, y me siento como de vuelta en mi cuerpo, solo para poder ver el objetivo de ese ataque: ha saltado directamente hacia Ann.

Pero algo detiene al gigante antes de llegar a ella. ¡Es Kenji! Habrá conseguido librarse de la influencia del monstruo para detener su ataque. Saltando en dirección a la criatura, agarró su brazo para desviarlo de la trayectoria que le llevaba hacia Ann, y lo retorció para ponerlo en la espalda del gigante. Desde esa posición, puso una pierna detrás de las del negro humanoide y un brazo delante del pecho de la criatura, y tras eso le tiró de espaldas al suelo. Acto seguido, levantó el puño y lo clavó en el estómago del monstruo, atravesándolo por completo, y produciendo un ruido correspondiente a la rotura de la piedra al golpear el suelo. El monstruo dejó de moverse, y todavía sigue quieto, en el suelo.

Inmediatamente después de eso, Kenji se acerca corriendo a Ann, que está en estado de shock. Intenta consolarla, pero sus esfuerzos son interrumpidos por un ruido infernal que loga hacer que un escalofrío recorra todo mi cuerpo.

Es el monstruo.

El agujero producido por el golpe de Kenji en el estómago de la criatura —todavía me pregunto como ha podido hacerlo— se estaba cerrando ante mis ojos. Tras cerrarse completamente, las cuencas de los ojos de la calavera del monstruo comienzan a brillar, y el gigante comienza a levantarse. Como si nada hubiese pasado.

Ahora hasta Kenji estaba paralizado de terror. El monstruo comienza a moverse lentamente hacia él, buscando venganza. Pero el anterior acto de valentía de Kenji había influido en Olaf, y ahora es él quien ataca al monstruo. Pero no con los puños, como Kenji. De sus bolsillos saca una varilla de acero y un cubo negro. De una sacudida a la varilla se alarga y ensancha, convirtiéndose en una vara casi tan alta como él. Coloca el cubo en un extremo, y lo hace girar de un golpe. El cubo también va aumentando de tamaño mientras gira, convirtiéndose finalmente en una especie de martillo gigante.

Con un grito estridente, eleva el martillo por encima de su cabeza, y lo estrella en la cabeza del gigante. El cráneo se rompe, quedando reducido a unos pequeños fragmentos. Pero esta vez, el cuerpo del monstruo se disuelve, y es absorbido por el suelo, dejando a la vista solo los fragmentos del cráneo.

Ahora sí: el monstruo ya no debería representar ningún problema.

O eso espero.


Olaf golpeó el extremo libre de la vara, y ésta y su cabeza se redujeron de nuevo a su tamaño original. Se los metió en el bolsillo, y se dio cuenta de que todo el mundo le miraba, expectante.
Dio un soplido y procedió a explicarlo:
− ¿A vosotros acaso no os han dado un regalo o qué?

Todos callan. Bueno, realmente era tan obvio que no se como no se me ha ocurrido. Es posible que fuese el equivalente a mi pistola. De todos modos, tengo curiosidad por saber cuales han sido los obsequios del resto de jugadores, así que expongo mi petición en voz alta:
− Oye, chicos... ehhh... creo que todos nosotros tenemos algún tipo de objeto especial, así que, ¿por qué no lo compartimos? Podría ayudar a que nos coordinemos mejor y todo eso...

Todos responden de forma afirmativa. Alegrada por haber contribuido en algo, me siento en el suelo, como ya estaba haciendo todo el mundo,  y me dispongo a ver la exhibición de objetos.

Ya que estamos aprovechamos para compartir también nuestro número, puesto que nos ayudará en un futuro, en mi opinión —toda ayuda es poca.

El número uno es Ryan, que se quita toda la ropa que lleva por encima de la cintura, revelando una armadura blanca, que le cubre el pecho y la zona abdominal. Nada en especial, supongo. Además, él no ha indicado lo contrario. No creo que nos oculte nada. Después de todo, somos compañeros de equipo.

El número dos corresponde a Amy. y su regalo consiste en un reloj, según nos muestra. Pero en vez de una pantallita o unas agujas, posee un botón. Tras pulsarlo, aparece una lámina, que se expande como un abanico, formando un escudo de color negro. Aparte de eso, no tiene nada más de especial, según nos cuenta.

Mientras Amy muestra su escudo, Ginto me pasa sin que se den cuenta mi pistola, la que me cogió en el pasillo donde me encontré con él. ¡Casi la olvido! Cuando Ryan nombra al número tres me levanto y se la enseño a todos.

Ryan me hace las mismas preguntas que acordamos hacerle a todo el mundo. "¿Sabes si tiene algo en especial? ¿La encontraste gracias a una nota?..." Aunque, la verdad, respondo avergonzada a la primera pregunta, puesto que ni siquiera he podido probarla. Aunque prefiero no contar nada de lo que pasó con Ginto. Es "nuestro pequeño secreto".

El número cuatro es Ann. su regalo es... ¿nada? Un momento... noto algo raro en su palma.
− Es normal que no lo veais —dice—. Acercaos más, por favor.

Me acerco a ella, y ahora si veo lo que es. Es una especie de daga, pero es completamente transparente, casi invisible. Muy curioso.

El número cinco es Kenji, quien, quitándose la camisa, nos muestra un traje negro lleno de clavos sobresaliendo. Sin embargo, el tamaño de los clavos es tal que es imposible no darse cuenta de su existencia, incluso llevando ropa encima. ¿Cómo es entonces que no me he dado cuenta de que estaban allí hasta ahora? Es más, su ropa no es holgada precisamente.

Aparte de los clavos, el traje tiene otra característica especial, una que ya he tenido el placer de contemplar.
− Por lo que he podido ver, el traje me proporciona una fuerza sobrehumana... pero no de forma gratuita. Mientras dispongo de esa fuerza, pierdo mi cordura. Temo poder dañar a Ann en ese estado... —mientras dice esto, dirige una tierna mirada en dirección a Ann.

El número seis es Elizabeth. Nos muestra una bufanda roja —que, por cierto, no tengo ni idea de donde guardaba—. Se la pone alrededor del cuello, y... ¡oye! ¡Acaba de desaparecer!
−El contra es que no sé que efecto tiene —dice una voz proveniente del lugar donde ha desaparecido Elizabeth.

Tras explicarle la situación a Elizabeth, concluimos todos con que el efecto de la bufanda es la invisibilidad para su portador. Aunque no es una invisbilidad perfecta, dado que todavía se puede distinguir una... "distorsión", por llamarla de algún modo, en la zona donde está la persona invisible.

Tras llamar al número siete, hay una pequeña pausa. Nadie contesta. ¿Pero cómo? ¿Acaso falta alguien, como pasaba antes con Platyna? Pero un pequeño vistazo me saca de mi confusión: se trata posiblemente de Raven, que sigue inconsciente. Decidimos dejar su caso para después.

El número ocho es Olaf. Todos hemos visto su martillo, así que decidimos saltárnoslo.

El número nueve es Mark. Se levanta, se sitúa enfrente de nosotros, se aclara la garganta, y comienza a hablar.
− Damas y caballeros —dice—. Yo, a diferencia de la mayoría de ustedes, he descubierto el efecto secreto de mi “objeto”. Mirad — saca unos cascos, de los que se usan para escuchar múscia, y se los pone. Después, pulsa un botón que hay en uno de los altavoces, y justo entonces empiezo a notarme... rara. Es muy extraño, como si me moviese más lentamente, y todos mis movimientos se desarrollaban con una torpeza mayor.
Mark continua hablando, pero de forma muy lenta, y con entonación pausada −. Bueno, señores, el efecto de estos “auriculares” es ralentizar las acciones físicas de todo lo que esté cerca de mi, y únicamente nos permite pensar a la velocidad normal − pulsa de nuevo el botón y el tiempo vuelve a la normalidad −. Fascinante, ¿Verdad?

El objeto del número diez, Ven, consiste en un medallón de color cobrizo. No sabe si puede abrirse, ni cuales son sus efectos, ni nada de nada.

Es el turno del número once, Ginto. Nos muestra uno de sus mitones, que tiene una pequeña gema incrustada en su palma —que no se como no he podido verla antes—. Tampoco sabe nada de qué es lo que puede hacer.

Y por último, el turno de Platyna, el número doce.
− ¿Y bien? —le dice Ryan—. ¿Cual es tu objeto?

Sin mirarle a la cara, le enseña una hoja de papel que tenía en la mano, arrugada. Ryan la extiende y la lee. La mira durante unos segundos, y se la pasa a Elizabeth, con una confusión palpable en su cara. Ella pone la misma cara al leerla. Nadie puede reprimir la curiosidad, y todos nos levantamos a leerla. Cuando alcanzo a leerla, me sorprende su brevedad: "Buena suerte".

19/7 ACTUALIZACIÓN MAS NUEVA EMPIEZA AQUI



 Capítulo 5 −
Dos en uno

Ninguno de nosotros entiende el por qué de esto. ¿Por qué una niña como ella no tenía ningún regalo? ¿En qué está pensando el tal "Game Master"? Ryan es el encargado de romper el silencio:
− Hmmm... —murmura—. Bueno. Chicos... deduzco por vuestro silencio que comprendeis de esto tan poco como yo. Sin embargo, no es lo único que no entendemos, y por ello no estoy seguro de como reaccionar ante esto —dice, con un tono que deja entrever depresión y frustración. Pero,  ¿por qué? Es decir, vale que no sepa como manejar la situación, pero eso no debería preocuparle tanto. ¿A qué se debe su obsesión por ser el líder? ¿Se está torturando a sí mismo por no saber que hacer ahora? De verdad, no entiendo a ese hombre. Pero bueno, no se puede entender todo en esta vida—. Bueno, de momento tenemos que pensar en lo que hacer ahora —prosigue—. en mi opinión, creo que es momento de probar alguno de los retos de los que hablaban las notas. Posiblemente necesitemos los puntos para subsistir aquí. No llevo un reloj, así que no se cuánto tiempo llevamos aquí, pero no tenemos ni comida ni bebida, y creo que no soy el único en notar que nos faltan recursos para sobrevivir aquí —la verdad es que me acabo de dar cuenta del hambre y la sed que tengo en estos momentos. Tiene que haber alimento por aquí. No creo que el "Game Master", sea quien sea, tenga intención de dejarnos morir de hambre aquí.

Sin embargo, antes de que nadie pudiese objetar nada, oigo una voz a mi espalda:
− No creo que eso sea necesario —dice Raven, mientras se levanta—. Me he tomado la libertad de realizar uno de esos "retos". Pan comido —se jacta, mientras, todavía en el suelo, arroja hacia nosotros una especie de fichas azules—. Esto son puntos.
− ¡Bien! —exclama Elizabeth—. El problema está en ver en qué usamos esos...
− No tan deprisa —le interrumpe Raven—. Son MIS puntos, así que yo eligiré dónde usarlos. Y mi elección es la puerta doble con la marca azul.

Sé de que puerta habla: estaba delante de mí cuando entramos en la sala. Pese a que me asquea el comportamiento egoísta de Raven, he de admitir que de todos modos ninguno de nosotros tiene ni la más remota idea de qué hay detrás de cada puerta —o por lo menos de eso tengo constancia—, así que realmente importa poco.

Por la cara de Ryan, estoy segura de que piensa exactamente lo mismo que yo. Pero claro, son los puntos de Raven. No tenemos derecho a decidir sobre ellos, por encima de todo el egoísmo que haya en su elección. Así que ahora nos dirigimos hacia la mencionada puerta.

Llegamos a la puerta. Raven, realizando un gran esfuerzo, puesto que aún no está en condiciones óptimas para moverse, se acerca al panel e introduce su número —7— en la máquina a través del teclado. Acto seguido, le da al botón de "ok", y, cuando se abre la bandeja, encaja allí su medallón. Las fichas de su mano se desvanecen poco a poco, hasta desaparecer por completo, y en ese momento se oye un "click", y la puerta se abre, lentamente. Veo unas escaleras que bajan, y dan a otra puerta doble. Mientras bajo las escaleras noto ya el cansancio en mi cuerpo. Me preocupa bastante la condicón en la que estoy, muerta de hambre, sed. y cansancio. No sé cuanto tiempo aguantaré antes de desfallecer. Pero mejor olvido esa posibilidad. No voy a rendirme. Tiene que haber comida por algún lado.

Abrimos la puerta, y lo que encuentro es lo más esperanzador que he visto en toda mi estancia aquí. ¡Comida!



3 comentarios:

  1. Me parece interesante. Historia de misterio, suspense y, como prometéis, de futura acción.

    Me gusta mucho la forma con la que engancháis al lector en la introducción dado paso luego en forma de flashback a lo groso de la historia, el comienzo propiamente dicho.

    Sin duda os habéis ganado un lector.

    Mucha suerte, y todo mi apoyo.

    Saludos, Curro.

    ResponderEliminar
  2. Soy Nacho. El corrector ortográfico y gramatical de la obra.
    Me está interesando bastante qué pasará después: enhorabuena. Y ahora cumplo mi parte y te digo qué cosas podrías mejorar o debes corregir:

    Tercer párrafo del primer capítulo, dice así "una inmensa catedral gótica, llena de grabados. La catedral tiene varias cúpulas en su parte superior, y es de una belleza espectacular." Bien, como estudiante de Historia del Arte he de decirte: las catedrales góticas no tienen cúpulas xD y más en plural. Cualquier iglesia con CÚPULA tiene eso: UNA cúpula en el crucero de las naves.

    Un par de párrafos más abajo: "La habitación no tiene nada más de interés, y parece ser el último piso de la torre, dado que no más escaleras aquí." a esa frase le falta un verbo.

    Otros 2 más abajo, el segundo después de acabar el sueño: "No soy capaz de recordar lo que he soñado, pero tengo una sensación de nostalgia bastante extraña, como se tratase de un sueño que ya he tenido." te falta el "SI" condicional.

    En la primera carta del Game Master hay un "Tú" sin tilde.
    Segunda línea después de la dicha carta: falta un verbo.


    Un consejo: cansa menos la vista si pones un fondo claro y las letras oscuras.

    ResponderEliminar
  3. Aham, tomo nota. Gracias por tu colaboracion, Nacho.
    Por otro lado, muchas gracias por tu apoyo, Curro. Me alegro de que la historia sea de tu gusto.

    Un saludo.
    Jaime M. Legaz

    ResponderEliminar